"Los creó hombre y mujer"

Tanto el hombre como la mujer tienen elementos femeninos y masculinos en su estructura física, síquica y espiritual.


Así, en el aspecto físico, encontramos las hormonas llamadas femeninas y masculinas en los dos sexos, pero en cantidades diferentes. .


Por ejemplo, las hormonas masculinas (andrógenos), que en el hombre son producidas por los testículos y las suprarrenales, tienen como función biológica el desarrollo de la musculatura, del corazón y de los pulmones, y también obran en la función cerebral y en la agresividad, a más de su función en los órganos reproductores.


La mujer necesita biológica y síquicamente de estas hormonas, pero en menor cantidad. Son producidas en las suprarrenales y en los ovarios.


Por otra parte, el hombre tiene hormonas femeninas en su organismo, producidas por los testículos y las suprarrenales. Son necesarias para su desarrollo armónico lo mismo que en el aspecto hormonal masculino.


Por ejemplo, los estrógenos, hormonas femeninas, que la mujer produce en los ovarios y en las suprarrenales, obran en el desarrollo inicial de los órganos sexuales, en la ovulación, en el ritmo mensual, pero también influyen en el metabolismo y en la función cerebral. Las progesteronas, producidas en los ovarios y en las suprarrenales, preparan al organismo para la gestación, producción, conservación y desarrollo de la vida, pero también obran en la regulación del sistema vegetativo.


En la embriología, los órganos sexuales masculino y femenino tienen el mismo origen.


Podemos decir que tanto el hombre como la mujer participan de toda la realidad humana y de todas sus cualidades, pero en intensidad y funciones diversas, lo que da a cada uno su propia característica.


El hombre no agota en sí todas las cualidades llamadas viriles. También existen en la mujer, y viceversa. Pero de manera distinta. En el hombre predomina la virilidad. En la mujer, la feminidad, en su forma y proporción propias. Son, por tanto, seres distintos en su expresión.


Por eso, también necesitan de reciprocidad. Hasta en el sentido físico, después de la adolescencia, la madurez se nota cuando el individuo llega a ser capaz de acoger a alguien diferente de él. Tanto más se desarrolla el sentido de solidaridad y comunión, cuanto más se abre a la donación.


El hombre está abierto y necesita de la mujer, y viceversa, pero ambos se encuentran y se identifican solamente cuando se sumergen juntos en el misterio que los trasciende y se abren al Absoluto y lo aceptan como centro de su existencia individual y comunitaria.


La unidad, en la diferencia entre el hombre y la mujer, está en el elemento de fondo que es el ser humano y su destino eterno. Este alcanza una profundidad no lograda con la simple razón. En su individualidad temporal, como hombre y como mujer, cada uno alcanzará el sentido de su vida.


La personalidad se define, así, por características, riquezas, dimensiones particulares, propias de cada uno, pero que buscan el recíproco conocimiento. Así, en donde verdaderamente existe pureza y libertad, todo encuentro se convierte en explosión de auténtica riqueza y vitalidad, lograda por el conocimiento recíproco.


El hombre y la mujer se encuentran cara a cara, se conocen a sí mismos y se conocen mutuamente a medida que se relacionen concretamente. En este diálogo habrá construcción y crecimiento según se desarrolle la capacidad de comulgar con el ser que es distinto de uno mismo. Cada uno se describe a sí mismo por medio del otro. Si es un encuentro auténtico, lleva a la apertura hacia Dios, pues en él está la plenitud del hombre y de la mujer.

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