Formación espiritual

El espíritu es el que da vida, alma, y da sentido a la materia.

La conclusión natural es que, desde cuando comienza la existencia, el ser humano ya trae consigo todo su potencial espiritual que, para nosotros, es lo que constituye la imagen y semejanza de Dios (por ejemplo, en su capacidad cognoscitiva y generadora, o en la capacidad de actos libres). Creemos que este espíritu creado por Dios, que trae por tanto los "genes" divinos, también puede sufrir interferencia de factores externos, que influirán en su manifestación y desarrollo.

Así, los conceptos, las preocupaciones, los valores y las acciones de sus padres influyen en él desde el comienzo de su existencia.

Si la preocupación principal es la de tener un hijo físicamente perfecto, capaz de gozar de la vida y de producir trabajo para ganar dinero y para tener éxito, será una traba para el desarrollo de las cualidades más elevadas y principales del niño.

Hay que buscar la fuente de origen del ser humano.

Dios es la potencia generadora que existe antes de todo el universo. El es infinitamente sabio que, por su amor desbordante, creó el ser humano a su imagen y semejanza, para que éste pudiera gozar de alegría sin límites porque participa de su propia vida divina.

Por consiguiente, el niño nacerá tanto más perfecto como persona integral cuanto más los padres se abran para que Dios, por medio de ellos, pueda hablarle y obrar en él.

Cuanto menos se manifiesten las preocupaciones y condicionamientos de los padres, tanto más el niño será libre para poder realizarse, tal como fue concebido, independiente de sus cualidades físicas y hasta mentales. Los temores y ansiedades de los padres son factores externos que impiden la manifestación de la fuerza del espíritu recibido por herencia de Dios.

Debe mantenerse en la pureza de la potencialidad inicial y, para eso, sencillamente no debemos agobiar a Dios con problemas que la sociedad nos presenta.

Si los hombres quedan condicionados en el tiempo y en el espacio (valores de la época), serán eliminados por algo que es inferior a ellos como la economía, la ciencia, el progreso material o el sexo.

Por tanto, debemos, desde el momento en que nos proponemos traer un niño al mundo, preguntarnos:

¿Qué influencias queremos transmitirle? ¿Qué valores? ¿Cómo deseo formarlo?

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