Aspiraciòn intuitiva

Esto no quiere decir que los hogares tengan que vivir en la miseria, o que todas las mujeres tengan que pedir limosna. Lo que apremia a la mujer por lo general es su apego a la seguridad, a la certidumbre de su sustento, de su techo, de protección, de amparo afectivo. Es el miedo a la soledad. Por eso, sólo podrá alcanzar su pureza original de criatura cuando llegue al desapego total en el espíritu, cuando pierda todo y cualquier sentimiento de posesión, cuando entregue todo a Dios y, en una pobreza radical, sólo espere en él. "Si alguno quiere venir en pos de mí y no deja a su padre, y madre,.y mujer, e hijos y hermanos y hermanas, y hasta su vida misma, no puede ser mi discípulo" (Le 14, 26). Esta es la dimensión evangélica que obliga al Salvador a bajar a la tierra y a llenar el vacío del alma.

Por consiguiente, el embarazo sólo puede tener un sentido completo, si se lo vive en unidad con Dios. La mujer que siente vocación para el matrimonio debe asumir la importancia de dar al mundo criaturas que no existirían si ella no se casara y que, por su nacimiento, deben traer de Dios más luz y más salvación sobre la tierra.

Por eso, lo principal no es reunir dinero para procurarles las mejores condiciones de estudio o bienestar a los hijos. Debemos preguntarnos en primer lugar: ¿preparamos las condiciones para la santidad? El resto vendrá por añadidura. "Por tanto, buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 31).

Aun antes de la creación del mundo, dice San Pablo, "Dios nos eligió para ser santos e inmaculados" (Ef 1,4). La vida de Jesús es una vida que se propone a todo cristiano. ¿Cómo podemos huir de este objetivo y ser felices? ¿Cómo podemos ser santos, sino recibiendo estos gérmenes de santidad?

¡Solamente Dios es santo e inmaculado por sí mismo! Por tanto, el cristiano "no nace ni de la carne, ni de la sangre, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13).

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