Consagraciòn y sacerdocio en el matrimonio
Cuando se realiza en esta dimensión que hemos presentado, el matrimonio se convierte en sacramento: reencuentro con Dios, una conversión hacia el centro de sí mismo, hacia la unificación en la convivencia.
El esposo tendrá que centralizar y canalizar lo que nace de la mujer (pensamientos, planes, trabajos, hijos), para conducirlo todo a Dios. No será el dominador, sino el que recibe y da forma a lo que de ella nace. Será el unifícador, por la misión específica que le corresponde desde la creación. Ofrecerá a Dios su esposa santa e inmaculada, como Cristo —cen-tralizador del universo— le ofrece el mundo redimido al Padre. Esto destruye su machismo, pues en su fuerza él tendrá que convertirse en servidor en el amor ante su esposa y sus hijos.
Como dice San Pablo: "Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amóa su Iglesia y se entregó por ella" (Ef 5, 25) y "Nadie aborrece su propia carne" (Ef 5, 29).
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