Consagraciòn y sacerdocio en el matrimonio

Aunque sea en mínima parte, sólo podrá realizar este ideal si está íntimamente unido con Dios que, a su vez, es el Señor. Aquí está la función importantísima del hombre: fue creado por Dios y, por así decir, engendró a la mujer (o, por medio de él, Dios engendró a la mujer).

De esta humanidad (Adán) fue engendrada la mujer en su forma humana, y tendrá que seguirla generando hasta perderse en Dios, junto con los que él le confió.

Pero, para dirigir a su esposa y lo que de ella viene, ¿qué cualidades debe tener?

Fe. El hombre tiene un modo más global de asumir cualquier vivencia, unificando los pensamientos y la manera de obrar. Exige el máximo cuando se ejerce en la verdad. Debe mirar el ejemplo de José que, al recibir a María, condujo el hecho fundamental de la historia, viviendo de fe, ante algo que lo sobrepasaba. O como Abrahán, creyendo en lo imposible.

La fe en la mujer es más espontánea, motivada, incluso por los hijos. Busca, aun inconscientemente, un sentido para la existencia de estas criaturas que, en el misterio del origen, salen de su vientre.

En el hombre, la fe al principio es desencarnada. Pero, hecha la opción, la fe se encarna dentro de su ser y se convierte en fuerza que arrastra a otros, sobre todo a la familia. Por los condicionamientos culturales ("la religión es cosa para débiles, mujeres y niños"), por la formación científica o racional desviada de la línea central y dirigida solamente hacia los propios límites de la inteligencia, el hombre tiene una sobrecarga que alimenta su resistencia espiritual. Pero cuando abandona su autosuficiencia humana para apoyarse en la fe, lanza a sus hijos en Dios y los introduce en la realidad del mundo, en la lucha cotidiana dentro de una visión sobrenatural, dirigida hacia la eternidad.

Llevada a la unidad por el amor, la mujer tiene completa seguridad para asumir a los hijos. Ambos caminan por metas que superan lo humano.

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