El Hombre: centro dinàmico y unificador de la Creaciòn
El ser humano, cuanto más perfectamente se vence a sí mismo, más se vuelve hacia la fraternidad universal. A pesar de toda esta riqueza, Adán se sentía solo. Todavía le faltaba el conocimiento y la experiencia de sí mismo. ¿Cómo podría lograrlo sin caer en el narcisismo?
De hecho, no se trataba de conocimiento de su fuerza, de penetración de su inteligencia, o de la calidad de su trabajo. Esto ya lo poseía en su comunión y en su dominio sobre la creación.
Se trataba del alcance de la unidad y conocimiento de su íntimo, de la esencia de su existir "humano". El hombre, perfectamente completo y encerrado en sí mismo, tiene necesidad de verse, de encontrarse en otro ser, sin perjuicio de su unidad constitucional, sin disminuciones. Será por la donación de sí mismo como podrá finalmente encontrarse. Por eso, era necesario otro ser diferente, más idéntico en su naturaleza. Alguien que fuera como el desdoblamiento de su esencia y, en ésta, igual a él. Pero Adán, el hombre, estaba solo. Todavía no existía esta criatura igual a él.
El, humanidad, exigía otra parte de humanidad, la mujer, para que todo su ser pudiera estallar en energía de amor que le daría la posibilidad de conocerse a sí mismo, que lo haría co-creador, identificándolo además con su Señor, Dios-uno, pero necesariamente trino para amarse.
El amor, o existe entre iguales, o los hace iguales. Y esta relación no la podía tener Adán con los animales. Con éstos desempeñaba el papel de señor, en el sentido más amplio y puro de la palabra: que cuida, organiza, conduce.
El amor verdadero, por consiguiente, sólo podría existir en la relación con otro igual a él, de quien no sería su amo y señor.
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