El Hombre: centro dinàmico y unificador de la Creaciòn
Podemos analizar y valorar las cosas desde cualquier punto de vista o en función de cualquier interés, pero su verdadero valor será siempre el de su origen. Hay que reencontrarlas en su soledad absoluta: en el instante de la creación, cuando todavía no estaban contaminadas por ideologías o por usos indebidos que podrían oscurecerles el sentido.
Vamos a ver, pues, no sólo su belleza exterior, sino la causa y las cualidades de su existencia. Ahí encontramos la potencialidad y el dinamismo intrínseco de toda criatura y podemos colocarlas según su orden de valores y su debida importancia. Las características de cada una quedarán intactas, manifestando una belleza única, irrepetible, y esto constituirá su verdadera personalidad.
Hacemos hincapié en que la Biblia, por la revelación, nos dirige para identificar la intención de los actos del Creador en su pureza original. No importa si el hombre vino directamente del barro, o si entró en el orden de la evolución de las especies. Partimos del simbolismo que se nos presenta, cuya claridad, en la visión de la fe, supera la relatividad de los siglos, supera la diversidad de las culturas y sigue buscando el fin último de las cosas, independiente de la válida, pero lenta, evolución de la investigación científica.
Volviendo al origen de la creación, encontramos a Adán, al hombre, como señor y conocedor de las cosas y de los animales: "Formó de la tierra, pues. Yavé DioHoda clase de animales campestres y aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaría éste, ya que el nombre que les die-raí ese sería su nombre. El hombre impuso, pues, el nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo ya todas las bestias del campo: más para sí no encontró una ayuda semejante" (Gen 2, 19-20).
0 comentarios:
Publicar un comentario