El Hombre libre

Individuos cada vez más insatisfechos y que cada vez se aminoran más. Aumentan los suicidios y los casos de locura.

El hombre tiene necesidad de un modo de vida que le imponga esfuerzos, disciplina física y moral, e, incluso, que le imponga algunas privaciones. Así su organismo se vuelve más resistente. Resiste mejor a la fatiga, a las preocupaciones; a las enfermedades síquicas y sicosomáticas. Y también se vuelve más fuerte físicamente.

El mismo ayuno —no la desnutrición^- mejora las actividades síquicas y espirituales. Estimula procesos de defensa que renuevan el organismo. Tiene efecto favorable y opuesto a los excesos alimenticios, que siempre son perjudiciales. Estos hechos se comprueban con las leyes biológicas.

Los instintos pasan a justificar todas las actitudes, sin dejar lugar a la verdadera libertad. Los actos pasan a ser esclavos de condicionamientos. Así, el hombre se vuelve terriblemente culpable por no asumir la verdadera libertad como persona, y no se lo puede disculpar de los crímenes de la sociedad.

Los instintos, en sí, son buenos y deberían ayudarle al hombre a vivir, pero no pueden dirigirlo.

La sociedad moderna confunde libertad con liberación de los instintos, voluntad y capacidad de decisión con impulso. Entonces la voluntad se vuelve esclava, obrando a nivel superficial de los sentidos externos impulsivos, o a nivel apenas del inconsciente. La acción a nivel de razón y, más aún, a nivel de la propia voluntad —núcleo de opción del individuo— no tiene oportunidad de crecer. No se manifiesta lo más noble, lo que hace al hombre verdaderamente hombre.

La visión deformada del acto humano existe aún en la educación religiosa, en la que se enseñan reglas para hacer el bien; tú tienes que ser bueno, debes ayudar a los pobres, ir a misa, etc. Pero ¿cómo hacer actos buenos sin encontrar el bien dentro de sí mismos?

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