Virginidad y maternidad

Así, la virginidad cristiana es maternidad espiritual en todas sus dimensiones. La mujer es mujer solamente cuando es verdaderamente madre. Cuando asume la maternidad espiritual que es inseparable de la virginidad.

Por tanto, ¡tiene una función específica que no puede ser ocupada por el hombre! Todos nosotros, hombres y mujeres, nacemos de una mujer. Cuando defendemos, enaltecemos y ennoblecemos a la mujer, lo estamos haciendo con nosotros y con nuestros hijos. La vida, la dignidad, la personalidad son características que nos hacen personas; y todas las recibimos de una mujer: ¡de nuestra madre!

Vemos, pues, ¡cuan aberrante y contra la naturaleza es la mujer que, directa o disfrazadamente, se niega a recibir sus hijos! Produce una ruptura, una dualidad en su-interior. La lucha para aceptar o rechazar un embarazo o para hacer uso de la actividad sexual sin ningún compromiso (el llamado "amor libre") es, en último análisis, la lucha para aceptarse o no como mujer, en su sentido más completo.

Esto es asumir la maternidad: ir creciendo hasta alcanzar dimensiones nuevas en otro ser, aun a costa de la propia vida.

A más de la dimensión generadora de la virginidad y déla maternidad, éstas se presentan también como potencias purificaderas o santificadoras del universo. El nuevo ser engendrado no se vuelve grande o digno para sí mismo, sino que entra en el juego de la elevación y santificación del mundo, porque solamente en el hombre Dios hace su morada. Cada nuevo ser que nace es una habitación de Dios. Y en donde él está hay paz, vida, alegría. Es más Dios sobre la tierra.

Las cualidades de la mujer se irradian, por tanto, por todo el universo, a través de su hijo, como círculos concéntricos que se multiplican como cuando se echa una piedra eri.el agua.

Ser como María, en la misma dimensión divino-humana, es la propuesta que se le hace a toda mujer cristiana, para que Dios viva en ella.

¿Cómo unificar y vivenciar a Dios en nuestra naturaleza? La habitación de la verdad en nosotros nodepende de los estudios o de la posición social, sino de una dimensión divino-humana, única para todos los pueblos, razas y edades: el amor.

"Si alguien me ama, guardará mis palabras; mi Padre lo amará y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). "Recibiréis el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir" (Jn 14, 17).

El amor recíproco es la condición para la permanencia en Cristo. "Permaneced en mí como yo en vosotros... Sin mí nada podéis hacer... Así como mi Padre me amó, así os amé yo; permaneced en mi amor" (Jn 15, 4.5.9).

El hombre es completo desde su comienzo, desde su fecundación. Sólo su desarrollo será condicionado, alimentado o limitado por las facultades maternas. Si estas facultades son puras, en plena libertad y amor, forjarán hombres nuevos.

Por consiguiente, llegar a la pureza más absoluta de la madre debe ser el mayor compromiso de los que se proponen hacer esta nueva experiencia de la maternidad cristiana.

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