Objetivo de esta experiencia
¿Cuáles son las investigaciones habituales sobre la maternidad? ¿De qué se preocupa la pareja durante el embarazo? ¿Qué orientación da el médico? Todos le dan importancia a la salud física y mental, se preocupan de que no haya defectos orgánicos, de que haya facilidad en él parto, por los vestidos, por el nombre, etc.
Esta experiencia, aunque reconoce que son frecuentes estas aspiraciones, no tiene como objetivo primordial íograr bebés aparentemente normales o preparar un parto sin dolor. Claro que estamos seguros de que se alcanzarán estos objetivos, bajo el prisma más completo de los valores cristianos-
Fundamentalmente tiene la finalidad de ayudar a descubrir la verdadera esencia del ser humano, examinar su personalidad para tener la exacta dimensión del que va a nacen
No es un acto biológico o aun síquico el que hacen el padre y la madre. Para que la paternidad sea completa debe llevar a una verdadera transformación, a una conversión del ser integral para la fecundidad, para engendrar, desarrollar y proteger la vida. Debe haber un compromiso, un maravillarse ante la vida comenzada, pues es un llamamiento de Dios a participar directamente de su poder creador.
La misma naturaleza tiene sus principios de generación.. Es el instinto natural. Para realizar esta experiencia de maternidad cristiana, examinamos la naturaleza para llegara la dimensión religiosa que no destruye la primera, sino que la completa, la purifica y la sobrenaturaliza, realizándola plenamente. La naturaleza humana no pierde nada, sino que así, más bien, se enriquece.
El mundo de hoy es muy, pero muy. superficial y siempre pretende resultados inmediatos. Las leyes que aprueban el aborto son también consecuencias de ese inmediatismo: por ejemplo, el rechazo a un hijo anormal.
Las decisiones parten de juicios dictados párese inmediatismo, en un clima de superficialidad; juicios hechos por personas esclavas del tiempo, de los instintos y de la cultura que traen valores y experiencias de determinado grupo social.
Estos valores son relativos y varían de pueblo a pueblo. Ninguna cultura puede ser perfecta, ni siquiera para la persona que nace y vive en ella, pues no puede carecer de pecado, y tiene los límites propios de todo ser humano.
Cristo es el valor absoluto encarnado, que puede dar sentido a la cultura y a la historia. "Todo es vuestro: el mundo, la vida, la muerte, pero vosotros sois de Cristo" (1 Cor 3, 22-23).
Sin Cristo, las culturas nunca le dan el verdadero valora la vida, sino que la condicionan a la productividad económica, a la capacidad de gozar de los placeres de la vida o a otros valores transitorios.
En la visión únicamente material, si la existencia sólo vale para el goce de los sentidos, ¿qué finalidad tendría nacer una persona con el cuerpo defectuoso, con características mongólicas o con otras taras?
La cultura naturalista puede vislumbrar la verdad cuando, por ejemplo, sucede que una madre ama incondicional-mente a su hijo tullido, pero la sociedad puede forzar la propia naturaleza considerando la vida según falsos valores.
En esta experiencia de maternidad cristiana, lo que buscamos son las fuentes perfectas colocadas por Dios dentro del hombre. Ante él no tienen sentido nuestras expectativas humanas en relación con nuestros hijos. Dios solo espera de ellos la correspondencia a su plan. Que sean sus hijos, solo porque existen. Como son.
Objetivo de esta experiencia
Todo hijo comienza una historia eterna, sobre la cual no tendrá poder la muerte. Serán siempre como Dios quiso que fueran desde toda la eternidad.
Para hacer que el agua sea límpida, tenemos que ir a su fuente. Aquí sólo lo conseguiremos buscando la fuente del origen del ser humano, que nos lleva a la conquista entusiasmante de su fuerza original. El niño crece, vive, estudia, busca una profesión, se reproduce y muere. ¿No habrá un antepasado más profundo en su núcleo original, colocado por el mismo Creador?
Para asumir la paternidad, hay que descubrir primero quién es el hijo, en su ser integral.
Lo principal, pues, no es que todo transcurra bien en el plan habitual —lo que nunca se podrá garantizar—, sino experimentar la validez de esta vivencia en cualquier circunstancia.
Como decía León Bloy cuando visitó a Lourdes: "lo que sorprende no es sólo las personas que regresan curadas, sino aquéllas que, aún enfermas, regresan felices porque encontraron la fe".
Si el niño, desde su concepción y durante la gestación, recibe la vida de una fuente pura, filtrada a través de la madre, también a través de la madre recibe o, por lo menos, participa de la Redención. Esto quiere decir que puede ser engendrada casi sin sufrir el peso de la herencia de las limitaciones humanas, del pecado.
La responsabilidad de los padres es grande. Deben querer engendrar un hijo en esta dimensión, en un acto de fe, porque su finalidad es la de realizar esta voluntad: "Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48).
¿Cómo puede el hombre, ser tan imperfecto, engendrar criaturas perfectas? Dios engendra con nosotros la persona integral. Esta, inclusive, trae su capacidad de libre-arbitrio, con el que confirmará después su propia elección. Por tanto, es necesario que los padres se propongan una purificación personal en la que se revisen todos los valores del matrimonio.
Esta experiencia sólo es posible para los que están dispuestos a vivir en plenitud el cristianismo, pues propone la búsqueda del equilibrio roto por el pecado.
Quién es el ser humano
Veamos, pues, quién es ese que va a ser engendrado.
La primera definición nos la da Dios en la Biblia: el hombre es semejante a él (Gen 1, 27).
Ahora bien, Dios es amor (Jn 3, 16; 1 Jn 4,8). El hombre, por tanto, será totalmente hombre, perteneciente a una raza purísima, verdaderamente humana, cuando es planificado por el amor, cuando es amor. Esto solamente es posible cuando recibe el Espíritu de Dios en sí y toma, entonces, conciencia de sí mismo y de su finalidad.
Es realmente vivo sólo cuando se hace consciente del verdadero sentido de su existencia. Certeza que se actualiza en lo más íntimo de su ser, en el centro de su espiritualidad, de su inteligencia y de su voluntad. Debe experimentar la coherencia entre su vida y su finalidad concreta.
Pero, ¿para qué fue creado?
Los paganos, en el sentido estricto de la palabra, restringían la finalidad del hombre a él mismo. Pero el ser humano no es autosuficiente y necesita de la fuente de la vida, que es Dios. A medida que se alimenta de la propia esencia divina —Caritas— él manifiesta mejor su imagen y semejanza. "¡Que yo te conozca, Dios mío, para que yo me conozca!" (San Agustín).
Fui creado por Dios como ser superior a todas las cosas y al que todo quedaría sometido (Gen 1, 28-30).
Al recibir el Espíritu de Dios, recibe el Amor y, como consecuencia, la Sabiduría. Ella es la que le da la posibilidad de darles sentido a todas las cosas del universo, es decir, darle valor y uso adecuado a todo lo que se encuentra inserto en el mundo. Sólo la Sabiduría, que viene dej Amor divino, puede dirigir el universo. Es. muy diferente y mucho más poderosa que la simple inteligencia humana que, dejada a sí misma, sólo causa destrucción. Así lo prueban las civilizaciones, siempre formadas a base de grandes esfuerzos y a costa de muchas vidas, para después' retroceder y desaparecer.
Por tanto, el ser humano se realiza a medida que se empapa de la verdad y de la vida que Cristo encarnó de manera absoluta. Llenándose así de ellas, se va acercando, se va transformando en Cristo. Se va haciendo cristiano.
Surge, entonces, la segunda definición de hombre dada por Pilato, cuando presentó a Jesús flagelado, coronado de espinas, reducido a nada, impotente, incapaz, escarnecido, prácticamente acabado. Pilato dijo: "He aquí al hombre" (Jn 19, 4-5). Presentó el ser prácticamente destruido, pero en él había también un poder infinito de amor. El, totalmente inocente y puro, había entregado su vida por un acto de in^ creíble libertad. Solamente él, Señor absoluto del universo, realizó de modo perfecto el acto libre de amor.
"Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual teniendo la naturaleza gloriosa de Dios no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por ello Dios lo exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús doblen su rodilla los seres celestiales, los de la tierra y los infernales, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Fil 2, 5-11).
En esta pobreza radical, aún de su propia naturaleza y poder, Cristo demostró que sólo en él y por él puede ser libre el ser humano.
La perfección de la vida es el amor divino, que se logra por medio de la pobreza. Su culminación es la contemplación: unión de vida, amor, libertad, realidad con su fuente que es Dios. Ahí comienza, en su intimidad, la victoria sobre la muerte.
Quién es el ser humano
La fecundidad de ese amor es una consecuencia espontánea.
Por consiguiente, el amor de Dios es, ante todo, la renuncia a ver y vivir de modo solamente humano, para ver y vivir como Dios lo reveló. El Evangelio es el que trae esta revelación y anuncia la esencia de la criatura.
El ser humano será cada vez más humano a medida que se haga más cristiano.
En la unión contemplativa con Dios, a través de Cristo, él se encuentra a sí mismo y su identidad como imagen y semejanza del Creador: obra, dirige, engendra. ¡Se vuelve padre! Crea un mundo dentro del mundo creado por Dios: la sociedad, en donde las criaturas alaban al Creador en sí mismas y en la comunidad.
Por tanto, el ser humano sólo se presenta en una de estas dos dimensiones:
la) los que, junto con las cualidades humanas, están dotados de una gracia sobrenatural, de una sabiduría, de una plenitud de amor: son los santos, que entregan su vida como sacrificio para redimir a los otros;
2a) los que sufren inocentemente: los oprimidos, los escarnecidos, los rechazados por la sociedad.
¡ Fuera de estas dos clases de individuos, no hay ningún hombre con todas sus cualidades plenamente desarrolladas.
"Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3 y Le 6, 20).
No debería haber personas engendradas y abandonadas a la miseria material. Pero existen, porque los que tienen, no tienen corazón suficiente para comprender que, con una par-tecita habría comida para todos. En todos los aspectos, el más fuerte oprime al más débil. Es el resultado del pecado.
Los niños abortados, los inocentes oprimidos, ya sufren sus consecuencias y, aun inconscientemente, participan de la purificación de la humanidad al soportar el peso del pecado de los otros. Participan de la redención. Con Cristo enla cruz, en donde vivió la consecuencia de su comunión con la húmanidad. Del mismo modo, pagan los unos por los otros. Es el gran misterio del dolor.El Reino de Dios ya está entre nosotros. No es una realidad física, sino una realidad invisible, de fuerza increíble, que está presente en donde está el amor que entrega la propia vida, en donde existe la esperanza, la fe, en donde existe el amor redentor, en donde existe la verdadera pobreza.
El Reino es Cristo, presente hasta la consumación de los siglos. Es el centro de donde parte la energía propulsora y ascendente que dirige toda la creación hacia su realización esca-tológica. Hasta que Cristo sea todo en todos (1 Cor 15, 28; Col 3, 11).
El hombre libre
Cristo es, por tanto, nuestro modelo, pues él realizó el perfecto acto libre de amor. El es el hombre perfecto. Concluimos que sólo el hombre libre es totalmente hombre. No solamente cuando se alimenta, respira, se reproduce, o cuando su corazón palpita en su pecho. Si fuera sólo eso, la vida no sería sino la ausencia de la muerte.
Pero se manifiesta como ser integral, en su propia naturaleza, cuando desarrolla las características humanas en todos sus aspectos, el más elevado de ellos es la libertad.
Gracias a la libertad puede dirigir sus actos hacia un desarrollo intelectual y espiritual, y también puede abrirse hacia los demás. Lo demás es simplemente vegetar, autocompla-cencia estéril.
Gracias a la libertad, al buscar su origen y su finalidad, puede someterse con un acto de voluntad a su Creador. Por eso, el hombre libre es el único que puede asumir y conducir la historia y no ser conducido por ella.
Realiza sus actos puros, no condicionados por nada ni por nadie. Para llegar a esto no basta sólo enseñarlo a hacer actos buenos, ni tampoco llenarlo de ciencia.
El Hombre libre
La ciencia ha tratado de crear la raza superior. Con ese fin mucha gente sincera estudia e investiga, pero la finalidad última de los seres no se obtiene ni se podrá obtener jamás por este camino. Responde cómo se construyen las cosas y cómo se actúa sobre ellas, pero no responde al porqué dt la existencia gratuita de las cosas. No descifra todo lo real.
El conocimiento se sirve de la matemática y de la experiencia. Mide, pesa, enumera, pero no puede responder respecto del valor, el sentido y la belleza de los seres.
Tampoco la cultura, a pesar de sus esfuerzos, logra hacer al hombre libre, ni darle felicidad.
Hasta podemos afirmar que los resultados del progreso de la ciencia y de la cultura han sido desastrosos para el hombre. Impusieron profundos cambios en las costumbres de la humanidad que, podemos afirmar con toda seguridad, no sólo no le proporcionaron felicidad, sino más bien lecausaron degeneración física y espiritual.
Cambiaron las condiciones naturales por formas artificiales de existencia que, aparentemente, facilitaron la vida del hombre, le proporcionaron alivio y descanso, engañaron su soledad. Pero, sobre todo, lo embrutecieron, lo llevaron a las continuas solicitaciones del consumo. Lo aburguesaron. Degeneraron desde sus condiciones físicas, su resistencia, sus dientes, sus huesos, sus músculos, su sistema nervioso, sus sentidos (vista, oído, gusto, tacto) hasta su capacidad reproductora. Degeneraron su ser moral, su voluntad, su capacidad de decisión.
Los individuos se caracterizan por actividades dirigidas hacia el llamado lado práctico de la vida, debido a la caída del nivel intelectual; los caracteriza también una profunda franqueza que los hace sumamente vulnerables a las influencias del medio. "Cuando sucumbe el carácter, disminuye también la inteligencia". A pesar de las grandes esperanzas depositadas en la actual civilización, ésta no ha sido capaz de producir individuos que puedan dirigirla.
El debilitamiento de las razas tiene muchas causas. Exceso y artificialidad en la alimentación, alcoholismo, drogas, enfermedades de las grandes agrupaciones, enfermedades degenerativas, la promiscuidad, los excesos y las depravaciones sexuales.
El Hombre libre
Individuos cada vez más insatisfechos y que cada vez se aminoran más. Aumentan los suicidios y los casos de locura.
El hombre tiene necesidad de un modo de vida que le imponga esfuerzos, disciplina física y moral, e, incluso, que le imponga algunas privaciones. Así su organismo se vuelve más resistente. Resiste mejor a la fatiga, a las preocupaciones; a las enfermedades síquicas y sicosomáticas. Y también se vuelve más fuerte físicamente.
El mismo ayuno —no la desnutrición^- mejora las actividades síquicas y espirituales. Estimula procesos de defensa que renuevan el organismo. Tiene efecto favorable y opuesto a los excesos alimenticios, que siempre son perjudiciales. Estos hechos se comprueban con las leyes biológicas.
Los instintos pasan a justificar todas las actitudes, sin dejar lugar a la verdadera libertad. Los actos pasan a ser esclavos de condicionamientos. Así, el hombre se vuelve terriblemente culpable por no asumir la verdadera libertad como persona, y no se lo puede disculpar de los crímenes de la sociedad.
Los instintos, en sí, son buenos y deberían ayudarle al hombre a vivir, pero no pueden dirigirlo.
La sociedad moderna confunde libertad con liberación de los instintos, voluntad y capacidad de decisión con impulso. Entonces la voluntad se vuelve esclava, obrando a nivel superficial de los sentidos externos impulsivos, o a nivel apenas del inconsciente. La acción a nivel de razón y, más aún, a nivel de la propia voluntad —núcleo de opción del individuo— no tiene oportunidad de crecer. No se manifiesta lo más noble, lo que hace al hombre verdaderamente hombre.
La visión deformada del acto humano existe aún en la educación religiosa, en la que se enseñan reglas para hacer el bien; tú tienes que ser bueno, debes ayudar a los pobres, ir a misa, etc. Pero ¿cómo hacer actos buenos sin encontrar el bien dentro de sí mismos?